viernes, 25 de mayo de 2012

Refranes populares

“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, decía mi vieja, mientras fregaba furiosamente el cuello de una camisa de mi viejo. 
Yo era chico, tendría unos 10 años, y me quedaba mirándola, sin entender demasiado. A veces le preguntaba si me estaba hablando a mí y me respondía que no, que estaba hablando con ella misma. Una sola vez le contesté, en tono de chiste, “es mejor hacer la vista gorda” y me mandó a la cama sin cenar. 


Después vino mi viejo a verme, con un sándwich de milanesa escondido y mientras me lo comía, me dijo: ¿cómo se te ocurre decirle gorda a tu madre, no ves que se la pasa haciendo dieta? Le traté de explicar lo que había pasado, pero me dijo que “el horno no estaba para bollos” y que la vieja ya se había acostado. Me levanté al otro día y para que la vieja aflojara, le hice el desayuno y se lo llevé a la cama. “Al que madruga, Dios lo ayuda”, me dijo y me acarició la cabeza, mientras me sonreía y se tomaba el café doble con edulcorante. Tanto la aflojé, que no sólo me dejó ir a la cancha con mi viejo, también tuvo que ir corriendo al baño porque se me había hervido el agua del café.


Mi viejo era hincha de Independiente, de esos fanáticos que van a la popular con la camiseta puesta y se pasan todo el partido gritándole indicaciones a los jugadores como si fuera el director técnico. No me voy a olvidar nunca del día que yo grité un gol de Platense y mi viejo supo, de la peor manera, que yo era daltónico. No se imaginan lo que fue abandonar la tribuna esa tarde. Tenía el color de Independiente en la cara y el de Platense en los pantalones, decía mi viejo a carcajadas, hasta que mi vieja le dijo “de tal palo, tal astilla” y mi viejo se fue murmurando improperios en voz baja.


No pasó mucho tiempo antes de que mi vieja finalmente pusiera a mi viejo entre la espada y la pared. O mejor dicho, entre las manchas de lápiz labial que ella lavaba de sus camisas y la verdad. “Se me vino la noche”, me dijo mi viejo. “El pez por la boca muere”, me dijo mi vieja. Y yo entendí que "no hay mal que por bien no venga", cuando a partir de entonces, se duplicaron todos mis regalos de Navidad, Reyes, Día del Niño y cumpleaños.

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