sábado, 26 de enero de 2013

Arisco

Tiene manos de carnicero. Brutales, groseras, seguras. Siento sus dedos penetrando en mi carne ansiosa y me convierto en su títere. Me olvido del mundo, me dejo arrastrar hasta la vertiente donde brota el placer. Me sacude con delicadeza. Un mínimo movimiento de sus manos y mi cuerpo de títere se retuerce en reverencia.
Me besa. Una infinita elegancia decora su urgencia. Sus labios se vuelven gruesos de tanto pasear sobre los míos. Bailan las lenguas, es un tango en la boca. No cierro los ojos del todo, me atrae mirar su barba de cerca, mientras rasguña mis poros, frotándose con intensidad de púas. Disfruto el ardor. Y lo sabe.
Se abre el telón de la función principal. Una fuerza de tractor, sostenida, nos encastra a la perfección. Comienza la danza, con una gracia inusitada de fieras que devoran su presa a escondidas. No hay palabras porque no son necesarias. Alcanza con escuchar los resoplidos, el agite en el pecho o el gemido ahogado. Las miradas furtivas. Las manos como garras, caricias penetrantes, toscas, amorosas. Animalitos salvajes que encontraron libertad en una jaula. Siento el cuerpo entero, ahora que aprieto entre mis piernas a la pieza que faltaba.
Lo extrañaba. 



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